Bueno,
deciros que el despertar al día siguiente, con los ojos como pelotas de tenis
de tanto llorar y toda “mi melenaza” metida en un ridículo gorro de ganchillo
de color rosa, con una borla encima (era
de los que llevaba de pequeña), no ayudó para nada a mi auto-estima, es decir
poco.
Cuando
me miré al espejo me lleve tal susto que a la abuela aún le tiemblan las
piernas hoy del rugido (sí, sí, rugido) emitido por mi garganta y mi hermana
(el parao), no se acerca a mí más de cinco metros y siempre y cuando haya
alguien presente.
Sus
caras, lívidas, sus ojos desorbitadamente abiertos, sus incongruentes
balbuceos, intentando preguntar, mirado ahora desde la perspectiva del tiempo,
eran para reírse y no parar en un mes,
Total
que a las 10 de la mañana del día 8 de marzo “Día de la Mujer Trabajadora ” para mayor
información en la casa en que habito estaban tres temblequeantes seres a los
que no les llegaba la ropa a la piel. El estado era de catatónico profundo para
los tres infelices que se agruparon como para protegerse al sentir el ruido de
una llave en la cerradura de la puerta de entrada.
Afortunadamente
era mi madre, no sé de donde saca esta mujer la inventiva para escabullirse del
trabajo y acudir en mi socorro, porque a eso venía a buscarme para llevarme a
la peluquería. Se ve que lo de que fuera mi hermano el “valiente acompañante”
al final le dio apuro por el pobre, que en cuanto la vio lo primero que le
dijo, que a él le habían dicho que tenía el nuevo look pagado y no existía nada
en este mundo que contradijera aquello.
Llevarme
hasta la peluquería dicen que fue algo impresionante. Gente hubo que preguntó
que si estaban rodando una película. Para mí que exageran, pero… la verdá yo
gritaba, pegaba puñetazos y patadas de tal modo que no recuerdo nada del
recorrido.
La
peluquera (que luego me enteré que ya estaba avisada) me miró sin decir ni pío.
Me hizo sentar en “la silla eléctrica” ejecutora de mi melena, y FLASCA! de un
manotazo me quitó el gorro. La visión que se proyectó en el espejo os la voy a
ahorrar `porque era realmente espeluznante. Entre el chicle, el enmarañamiento
en que había convertido mi pelo la abuela y mi cara de “ningunos amigos”
imponía, la verdad.
La tal
especialista empezó a negar con el cabezón. Lógicamente mi cuerpo empezó a
reaccionar poniéndose rígido, tanto que cuando quise darme cuenta ya no estaba
sentada, sino en una extraña posición, con los talones apretados contra el
suelo-pared y la nuca contra la silla.
Por
arte de magia se llenó la peluquería de “matones de barrio”, (o es me
parecieron a mí) que me forzaron, hasta dejarme debidamente sentada y con el
enorme barbero corta- pelos puesto.
Llegados
a este punto, apreté cuanto pude los puños y cerré firmemente los ojos y allí
me quedé oyendo…chas, chas, chas… durante un tiempo eterno.
Me
había quedado completamente dormida cuando oí: “Bien… pues esto ya está, anda
no seas boba y mírate”.
Abrí
los ojos con mucho cuidado y miré, pero no vi, ¿Qué quería que mirara? Si no
había nada. Sólo la parte superior de un bolo saliendo de mi cuello y además de
un sospechoso color liláceo.
Abrí la
boca, pero mi madre me la cerró de un casi guantazo, y fue ella la que habló:
“Ahora te ves rara, pero entre el cambio de look, el peso que habrás perdido
para el lunes que viene y el montón de ropa nueva vas a estar que ni te lo vas
a creer”.
La miré
mal, muy mal, pero ella ni caso. Me hizo levantar y me devolvió al galope a
casa.
La
pobre abuela se quedó con el intento de decir que estaba guapa, porque nada más
entrar el olor a albóndigas con tomate me volvió medio loca lanzándome a la
cocina como poseída. Pero …¡Qué si quieres arroz Catalina!. La voz de ¡mi mami, me frenó en seco:
“Quieta, ¿dónde vas?, tú ensalada, una pera y pan integral, porque el lunes,
cabes en la ropa nueva como yo me llamo Eudosia.
Fueron
unos días muy tristes. Deambulaba por la casa, sin muleta ya, arrastrando la
venda que se iba deshaciendo, como si fuera una cola de gato, sin que nadie me
hiciera gran caso. Fueron días horribles para mí, pero lo peor estaba por
llegar.
El
domingo, a las 6 de la “madrugada”, Eudosia, mi madre entró hecha un basilisco
en mi habitación, debajo del brazo traía la báscula de peso del baño, gritando:
“Arriba que hoy tenemos lío”
No sé
si fue el susto, la incomprensión o su tno de voz, pero obedecí sin chistar.
Me hizo
subir a la báscula, yo no miré, ella sí. Sonrió y abrió de par en par el
armario, se sentó en mi cama y sólo dijo; “Empieza a probarte ropa y a conjuntarla”.
Jamás
me vi en otra igual, horas pasamos allí las dos, sólo os diré que la abuela nos
trajo unos bocadillos de bimbo, como comida. Sólo sé que a una hora oscura del
día dijo: “Bien, mañana, te pones esto” y dejó bien puesto en la silla un
conjunto completo (ropa interior incluida) cosa que la verdad me dio corte y
creí del todo innecesaria.
Lunes
12 de marzo, eso lo dejo para otro día, sólo os diré que la cosa fue….
(mmmmmmmmmmm……….)
El ruido del mar adormece los sentidos y despierta las pasiones..no es contradiccion; adormece en mi el sentido del ridiculo y acrecienta la pasion de la lectura. Escribir....uff, escribir es un orgasmo, lastima que corto y poco frecuente.
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