No, no
me he muerto, pero os aseguro que no soy ni la sombra de lo que un día fui.
Lo sé,
desde el mes de mayo que no os digo nada, pero podéis creerme si os digo que no
lo he hecho, porque eran TANTO, TANTISIMO TANTO, lo que me estaba pasando que
no podía asimilarlo, así que ya me diréis cómo narices iba a poder explicarlo.
Si no
recuerdo mal, la cosa la dejé con el anuncio de embarazo de mi madre (que el
cielo me confunda), pero estas cosas, los padres no deberían hacerlas, al menos
no, después de ciertas edades de los hijos.
Sí, lo
sé, suena egoísta, pero ya me gustaría a mi veros en mi pellejo, 26 añitos y
cuando me preguntan… y … ¿qué tienes novio? les contesto. “No, pero voy a ser
hermana de lo que venga. Un papelón!!!.
A ver
si pongo un poco de orden en este lío. Voy a situarme y a situaros.
Nos
quedamos con un palmo de narices, la mesa llena de porquería la abuela Rufina
dando órdenes y mis padres saliendo abrazaditos del comedor con cara de idiotas
después de que mi padre llevo a efecto su demoníaca confirmación del embarazo.
Los
nervios me hicieron dormirme enseguida. ¿Qué? Soy así. Para no pensar me duermo
y listos.
Al día
siguiente, bueno a la madrugada siguiente, porque fue antes de las 7 de la
mañana. Oí un estruendo horroroso procedente de la cocina, como si los armarios
se hubieran caido o algo peeor.
Me
levanté, con más miedo que otra cosa, y abrí la puerta de la habitación. Las de
mis hermanos también estaban entreabiertas y sus ojos expectantes me miraron,
¡Hombres!.
En un
rapto de valentía salí y les ordené que me siguieran. Con paso firme y la
retaguardia cerrando filas detrás de mí, me dirigí a la cocina.
Peeeeeeero,
¡cómo no! antes llegó la abuela, y en medio de sus alaridos se oían como un
sordo golpeteo y algo parecido a una voz humana que intentaba hablar.
Las
filas de mi espalda se cerraron más. Es decir, se engancharon a mi, como crema
en culo de puchero, y formando un pequeño ejercito de tres, apretados, trotamos
hacia la cocina.
Al
entrar, al entrar nos quedamos sin habla. En primer plano estaba la abuela
dándole golpes a algo o a alguien echado en el suelo, con la barra de pan del
día anterior, eh!!! poca broma, que y,
mal comparándola, yo prefería que me diera con la escoba que con el pan.
El
suelo estaba todo, absolutamente todo lleno de cazos, ollas, sartenes,
cubiertos de un extraño polvo de color terracotta, y en el aire había un
tufillo a quemado, mezclado con el humo, que salía de un… de un no sé qué… que
estaba sobre el fuego.
Mi hermano,
el parado, el otro mucho trabajar, mucho trabajar, pero es un “cagaete” de
armas tomar, cogió la barra de pan (de tonto no tiene un pelo) y todos sabemos
lo que mi abuela puede hacer con cualquier cosa que sea que utilice como arma
defensiva, y después enganchó a la abuela por la cintura y la levantó en el
aire.
Algo
que no sé cómo explicaros fue verla agitando piernas y brazos como una maestra
del Kun-Fú, no sé que daba más miedo, si verla en aquel estado o oirla chillar,
entender no se la entendía, pero oir sí.
Mi
hermano, el que trabaja y yo, armados, el con un cazo y yo con una sartén nos
dirigimos al doliente malhechor que estaba como moribundo en el suelo, al
acercarnos y soplarle un poco en la cara que tenía cubierta de aquél extraño
polvo, descubrimos, aturdidos y asombrados, que era mi padre.
De
pronto un sonido hiriente, cortante, agudo, estremecedor nos heló la sangre en
las venas a los cuatro, a la pataleante abuela, a mi hermano, el parado, a mi
hermano, el que trabaja y a mí.
No sé
de donde sacamos el valor para mirar a ver que pasaba a nuestras espaldas (yo
tenía una teoría muy fundamentada, que no me dejaron exponer y que no era otra
que el castigo divino por los fornicadores padres que nos habían tocado en
suerte), pero no, era mi madre, con un camisón que en la vida habíamos visto,
toda… toda… (me da vergüenza) sexy, parecía envuelta entre velos y espuma,
aullando como una gata en celo.
Hasta
la abuela Rufina se quedó quieta. Nosotros depusimos las armas y estupefactos
escuchamos lo que mi madre nos aullaba.
- “No,
no lo matéis, vándalos, que es vuestro padre, y usted Rufina
que es su yerno”.
Ni
tiempo nos dio a decirle que ya lo habíamos visto cuando empezó a vomitar como
una descosida.
Lo que
nos faltaba, por dios, ¡qué asco! y anda que la señora no se explayó ni nada.
Total,
calmada la abuela, levantado mi padre del suelo y vuelto en su ser, depuestas
las armas, confiscada la barra de pan, y una vez la abuela recogió lo que de la
boca de mi madre había salido (en la vida había visto cosa igual) ah!!!, y la
señora después de obsequiarnos con lo que contenía su estómago, echándose a
llorar dijo que se iba a estirar que no podía más.
¡Ella
no podía más! ¡Estábamos todos locos! No daba crédito.
No sé
cómo, pero todo empezó a tener sentido. Mi “mami” había tenido un antojo nos
explicaba mi padre después de una noche… (aquí se puso rojo como una fresa
reventota) y no dijo nada más.
No os
imagináis lo que me costó alejar de mi mente “ciertas imágenes que se adueñaron
de ella”.
Ella le
había pedido chocolate deshecho y. claro él, todo detalles, se ofreció a
hacérselo.
Aquí,
hay que reconocerlo, al César lo que es del César, mi hermano el parado, el
otro no vale para casi nada, bueno para trabajar, no aguantó más y a grito
pelado, le ordenó, sí, sí, le ordenó que apagara el fuego antes de que aún
pasaran cosas peores.
Lo miré
asombrada, peor que lo qué nos estaba pasando, como el cielo no cayera sobre
nuestras cabezas, no veía yo…
Parecía
que la cosa se serenaba cuando cayó la bomba atómica. La abuela, que hasta
parecía que había crecido y todo, me pareció más alta, lanzó el Decreto Ley a
seguir a partir de aquel momento:
- Mira
(dijo hablándole a mi padre) yo en estas condiciones no me
me veo capaz de llevar la familia adelante.
Así que como Violeta
Davinia (nunca lo sabréis), el parado y tú
no tenéis trabajo, a tu
mujer la han despedido, y el único que
trabaja para lo que hace y
lo que gana, da igual si trabaja o no, nos
iremos todos a vivir a la
casa nueva en el pueblo. Que allí yo me
apaño mejor para todo. Y
no me protestes, que la culpa es tuya por
haber hecho lo que has
hecho con esa pobre mujer.
Atónitos
nos giramos hacia mi padre, que pálido cual muerto, se limitó a asentir
preguntando:
-
¿Cuándo quiere usted que nos mudemos?.
(continuará)
A ver si es verdad y continúas contandonos todo eso que te ha pasado...ha sido mucho tiempo!!
ResponderEliminarHoy me he reído con mi hija leyéndolo las dos...queremos más!!