Los que quieren leer lo que se me ocurre escribir

jueves, 9 de agosto de 2012

Y... EL CIELO CAYO SOBRE NUESTRAS CABEZAS!!!



No, no me he muerto, pero os aseguro que no soy ni la sombra de lo que un día fui.
Lo sé, desde el mes de mayo que no os digo nada, pero podéis creerme si os digo que no lo he hecho, porque eran TANTO, TANTISIMO TANTO, lo que me estaba pasando que no podía asimilarlo, así que ya me diréis cómo narices iba a poder explicarlo.
Si no recuerdo mal, la cosa la dejé con el anuncio de embarazo de mi madre (que el cielo me confunda), pero estas cosas, los padres no deberían hacerlas, al menos no, después de ciertas edades de los hijos.
Sí, lo sé, suena egoísta, pero ya me gustaría a mi veros en mi pellejo, 26 añitos y cuando me preguntan… y … ¿qué tienes novio? les contesto. “No, pero voy a ser hermana de lo que venga. Un papelón!!!.
A ver si pongo un poco de orden en este lío. Voy a situarme y a situaros.
Nos quedamos con un palmo de narices, la mesa llena de porquería la abuela Rufina dando órdenes y mis padres saliendo abrazaditos del comedor con cara de idiotas después de que mi padre llevo a efecto su demoníaca confirmación del embarazo.
Los nervios me hicieron dormirme enseguida. ¿Qué? Soy así. Para no pensar me duermo y listos.
Al día siguiente, bueno a la madrugada siguiente, porque fue antes de las 7 de la mañana. Oí un estruendo horroroso procedente de la cocina, como si los armarios se hubieran caido o algo peeor.
Me levanté, con más miedo que otra cosa, y abrí la puerta de la habitación. Las de mis hermanos también estaban entreabiertas y sus ojos expectantes me miraron, ¡Hombres!.
En un rapto de valentía salí y les ordené que me siguieran. Con paso firme y la retaguardia cerrando filas detrás de mí, me dirigí a la cocina.
Peeeeeeero, ¡cómo no! antes llegó la abuela, y en medio de sus alaridos se oían como un sordo golpeteo y algo parecido a una voz humana que intentaba hablar.
Las filas de mi espalda se cerraron más. Es decir, se engancharon a mi, como crema en culo de puchero, y formando un pequeño ejercito de tres, apretados, trotamos hacia la cocina.
Al entrar, al entrar nos quedamos sin habla. En primer plano estaba la abuela dándole golpes a algo o a alguien echado en el suelo, con la barra de pan del día anterior, eh!!! poca broma, que y,  mal comparándola, yo prefería que me diera con la escoba que con el pan.
El suelo estaba todo, absolutamente todo lleno de cazos, ollas, sartenes, cubiertos de un extraño polvo de color terracotta, y en el aire había un tufillo a quemado, mezclado con el humo, que salía de un… de un no sé qué… que estaba sobre el fuego.
Mi hermano, el parado, el otro mucho trabajar, mucho trabajar, pero es un “cagaete” de armas tomar, cogió la barra de pan (de tonto no tiene un pelo) y todos sabemos lo que mi abuela puede hacer con cualquier cosa que sea que utilice como arma defensiva, y después enganchó a la abuela por la cintura y la levantó en el aire.
Algo que no sé cómo explicaros fue verla agitando piernas y brazos como una maestra del Kun-Fú, no sé que daba más miedo, si verla en aquel estado o oirla chillar, entender no se la entendía, pero oir sí.
Mi hermano, el que trabaja y yo, armados, el con un cazo y yo con una sartén nos dirigimos al doliente malhechor que estaba como moribundo en el suelo, al acercarnos y soplarle un poco en la cara que tenía cubierta de aquél extraño polvo, descubrimos, aturdidos y asombrados, que era mi padre.
De pronto un sonido hiriente, cortante, agudo, estremecedor nos heló la sangre en las venas a los cuatro, a la pataleante abuela, a mi hermano, el parado, a mi hermano, el que trabaja y a mí.
No sé de donde sacamos el valor para mirar a ver que pasaba a nuestras espaldas (yo tenía una teoría muy fundamentada, que no me dejaron exponer y que no era otra que el castigo divino por los fornicadores padres que nos habían tocado en suerte), pero no, era mi madre, con un camisón que en la vida habíamos visto, toda… toda… (me da vergüenza) sexy, parecía envuelta entre velos y espuma, aullando como una gata en celo.
Hasta la abuela Rufina se quedó quieta. Nosotros depusimos las armas y estupefactos escuchamos lo que mi madre nos aullaba.
- “No, no lo matéis, vándalos, que es vuestro padre, y usted Rufina
    que es su yerno”.
Ni tiempo nos dio a decirle que ya lo habíamos visto cuando empezó a vomitar como una descosida.
Lo que nos faltaba, por dios, ¡qué asco! y anda que la señora no se explayó ni nada.
Total, calmada la abuela, levantado mi padre del suelo y vuelto en su ser, depuestas las armas, confiscada la barra de pan, y una vez la abuela recogió lo que de la boca de mi madre había salido (en la vida había visto cosa igual) ah!!!, y la señora después de obsequiarnos con lo que contenía su estómago, echándose a llorar dijo que se iba a estirar que no podía más.
¡Ella no podía más! ¡Estábamos todos locos! No daba crédito.
No sé cómo, pero todo empezó a tener sentido. Mi “mami” había tenido un antojo nos explicaba mi padre después de una noche… (aquí se puso rojo como una fresa reventota) y no dijo nada más.
No os imagináis lo que me costó alejar de mi mente “ciertas imágenes que se adueñaron de ella”.
Ella le había pedido chocolate deshecho y. claro él, todo detalles, se ofreció a hacérselo.
Aquí, hay que reconocerlo, al César lo que es del César, mi hermano el parado, el otro no vale para casi nada, bueno para trabajar, no aguantó más y a grito pelado, le ordenó, sí, sí, le ordenó que apagara el fuego antes de que aún pasaran cosas peores.
Lo miré asombrada, peor que lo qué nos estaba pasando, como el cielo no cayera sobre nuestras cabezas, no veía yo…
Parecía que la cosa se serenaba cuando cayó la bomba atómica. La abuela, que hasta parecía que había crecido y todo, me pareció más alta, lanzó el Decreto Ley a seguir a partir de aquel momento:
- Mira (dijo hablándole a mi padre) yo en estas condiciones no me     
   me veo capaz de llevar la familia adelante. Así que como Violeta
   Davinia (nunca lo sabréis), el parado y tú no tenéis trabajo, a tu
   mujer la han despedido, y el único que trabaja para lo que hace y
   lo que gana, da igual si trabaja o no, nos iremos todos a vivir a la
   casa nueva en el pueblo. Que allí yo me apaño mejor para todo. Y
   no me protestes, que la culpa es tuya por haber hecho lo que has
   hecho con esa pobre mujer.
Atónitos nos giramos hacia mi padre, que pálido cual muerto, se limitó a asentir preguntando:
- ¿Cuándo quiere usted que nos mudemos?.
                                                                          (continuará)