Todo
iba a las mil maravillas, hasta que me percaté que, aunque uno no quiera, el
tiempo pasa igual. Cosa que me sentó fatal, máxime si se tiene en cuenta que la
que me lo recordó fue, Aurorita, que, respecto a esa regordeta señora ya no sé
si es que es la visita perpetúa, o directamente, ya vive con nosotros. Siempre
está en casa.
Me lo
soltó por la mañana temprano. Porque otra de las bondades de la señora, era
ésa, la de a las 9 en punto presentarse en nuestra casa, ella decía que para
ayudar, (para controlar mantenía yo), toda emperifollada, peinada, vestida, y
con la cara profusamente decorada, ella lo llamaba maquillaje.
Total
que aquel día, miércoles era, me sumí en la más profunda de las depresiones
desde bien temprano.
Reposando
en mi sofá, en ángulo recto, respecto al que ocupaba mi madre, oía sus suaves
ronquidos, prueba de que además de una “panza ambulante” se había convertido en
una auténtica marmota, dormía casi más que yo y eso es mucho dormir aquí y en
cualquier otro país civilizado.
Me giré
un poco para verla mejor. Realmente era una señora “mayor” muy guapa. Tenía las
cejas perfectas, unos preciosos ojos de color Carmelo, la piel clara, y una
sonrisa, por favor, años llevaba yo durmiéndome con el recuerdo de aquella
sonrisa.
Me
enterneció. Si, ¿qué queréis? En el fondo era mi madre y el cariño y la
complicidad que habíamos tenido había sido mucha.
Al
mismo tiempo que los recuerdos se amontonaban en mi memoria, las lágrimas
empezaban a salir de mis ojos.
Sólo
recordar lo que había llegado a hacer por mí en el transcurso del último año
había motivos más que suficientes para hacerle un estatua.
Sentí
como un calorcillo interno y algo se me empezó a ablandar por dentro. Me di la
vuelta completamente para quedar de cara a ella y verla mejor.
No,
realmente, no es que fuera guapa, pero para mí la verdad es que había sido la
mejor madre del mundo.
Recuerdo
el día que salimos de compras. Hasta lo del accidente nos lo pasamos
francamente bien.
La
verdad, es que si, por mi parte, le ponía algo de voluntad, normalmente siempre
me lo pasaba bien con ella.
Era la
única que sin verme, sólo con oír mi respiración al otro lado del teléfono ya
sabía si me pasaba algo o no. Siempre encontraba las palabras justas para ayudarme
y, lo más difícil, a veces, casi sin decirlas.
Ya
abandonada por completo al sentimentalismo, pensé que en cuanto despertara se
lo diría, y también que la perdonaba por “esas cosas que hacía con mi padre y
su resultado”. Bien mirado, al fin y al cabo era su marido, mejor que “lo que
iba a venir” fuera de su marido y no de otro, pensé.
En
estas estaba cuando, de golpe, y dándome un susto de muerte, dicho sea de paso
(en aquella familia la tranquilidad era algo desconocido, inusual y muy, muy
raro), mi madre saltó literalmente en el aire, toda ella, estirada, en plano,
así, PUMBA! para arriba, al mismo tiempo que emitía un, no sé como definirlo,
pero que sonaba más o menos así:
WWWWWWWWWWWWIIIIIIIIIIIIIIJJJJJJJJJJJJAAAAAAAAAAYYYYYYYYYYYIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
y dando
un salto en el aire como los gatos, cayó, panza abajo, dándose tremendo golpe
contra el suelo del salón.
Entre
el grito, el golpe y mis aullidos pidiendo auxilio, en un momento había más
gente en el salón que en el Metro en hora punta.
Yo
estaba sentada en el sofá, había intentado correr a salvar a mamá, pero un
tremendo dolor en el costado me impidió moverme.
Todos
nos llevamos un susto de muerte. D. Guillermo llegó enseguida, era increíble lo
rápido que podía ser aquel hombre tan gordito.
La
atendió la ausculto, mamá estaba despierta, asustada, temblorosa y decía que le
dolía la tripa. Así que el médico llamó a
una
ambulancia para que la llevaran al Hospital a Toledo.
Mi
padre, que la verdad, razón tenía la abuela, cuando lo mandó corriendo a
ducharse, iba lleno de tierra de arriba abajo. Estaba “trabajando” en el
huerto, pero tal y como lo veía yo, poca producción íbamos a tener si toda la
tierra se la echaba él por encima, lloraba como un niño pequeño. Aquello me
impresionó.
Fue el
día más largo de mi vida. Pasaron horas y horas sin que nadie llamara, bueno,
yo no dejé de llamar a mi padre cada 5 minutos, aunque él cerró el móvil.
Mis
hermanos, el que antes ya trabajaba y el que no, que tampoco
se
limitaba a echarse algo de tierra encima y a mirar lo que hacían los otros
dirigidos por la abuela.
Al
final, ya oscurecido, aparecieron por la puerta mis padres, seguidos de muy
cerca por la abuela, ella, la muy…. había estado en contacto permanente con su
hijo, mi padre, desde su móvil, porque sí mi abuela tenía un
snartphone!!!!!!!!!!!!!!!
Venían
con cara de cansancio, pero sonrientes, lo que nos pareció a todos un buen
augurio.
No es
que a mí me preocupara el renacuajo que llevaba en la panza ni nada de eso,
pero al ver sonreír a mi madre, se me pasó el dolor de costillas casi del todo.
Detrás
de ellos venía D. Guillermo, que, una de tres, o se pasaba de servicial,
vivíamos en un pueblo de gente muy sana, o directamente quería arruinarnos con
sus minutas.
Todos
empezamos a hablar de golpe, hasta que, como siempre, la abuela empezó a
mandar:
-
Callarse todos. Que así no hay manera de enterarse de nada.
Razón
tenía, pero nos costaba tanto dárselo, rezongamos un poco, muy poco, y
guardamos absoluto silencio.
D.
Guillermo nos dijo que mamá estaba muy bien, pero como estaba dentro de la edad
de alto riesgo en embarazos, tenía que seguir guardando reposo y llevando una
vida muy tranquila, que el bebé (entonces dijo una cosa muy rara, creo que
enloqueció) lo habían estado viendo todo el día (¡¡¡¡!!!!) estaba
perfectamente.
Se ve
que mi cara era el fiel reflejo de mi asombro, porque sonriendo se dirigió
hacia mí y me dijo que lo habían visto a través de la máquina de ecografías,
que era como una tele, pero con interferencias, y que estaba creciendo bien y
parecía feliz.
Aquí,
no sé que me pasó, pero me eché a llorar desconsoladamente. Antes de que nadie
reaccionara ya estaba mi madre abrazándome (mamá es así), me acariciaba el
pelo, y me decía, “shsss…, shsss…, shsss…, tranquila cariño, todo está bien el
bebé y yo” (Todos sabían que a mi no me importaba el sexo ni nada que tuviera
que ver con el o la intruso/a). O sea que la más sorprendida fui yo, cuando me
oí decir:
- Mamá,
¿qué es? ¿niño o niña?
Ella me
sonrió con esa sonrisa que sólo ella sabe darme que me relaja y que me da
fuerza y bajito me dijo “niña”,
Llegado
este punto mis sollozos eran auténticos berreos eran de ciervo en celo, cuando
ella hundiéndome más en la miseria, me pregunto:
-
Bueno, ella no va a tener ninguna hermana más que tú, así que debo preguntarte
una cosa ¿puedo?
Asentí
sorbiéndome los mocos, dispuesta de antemano a decirle que sí a lo que fuera.
La pregunta fue:
-
¿Quieres ser tú su madrina? Y escoger su nombre. A ver si por fin conseguimos
tener a alguien con un nombre normal en la familia.
Me
abracé tan fuerte como pude a su cuello, la verdad es que el costado me dolía
mucho, asintiendo de todo corazón.
D.Guillermo
se acercó a mí estetoscopio en ristre, interrumpiendo el llanto comunitario que
se había apoderado de toda la familia.
Le miré
asombrada y más me quedé cuando dijo:
- Tu
madre me ha dicho que te has asustado mucho cuando se cayó y que cree que te
has hecho daño en la fisura.
Así que
era cierto, tenía una fisura de verdad. ¿Os lo podéis creer? y yo pensando que
me dolía de tanto estar del mismo lado.
Y mi
madre ¿cómo pudo fijarse en mí? Fueron demasiadas cosas para mi cabeza e hice
lo de siempre, me fui. Es decir, me desmayé.
Cuando
desperté, mi madre estaba sentada en el sofá junto a mí, y notaba algo que me
oprimía el tórax.
Antes
de que pudiera tocarme me dijo que me habían apretado el vendaje, y que si en
una semana más no mejoraba, me tendrían que llevar a Toledo.
No
podía hablar, estaba emocionada, mi mamá aún me quería, aún se preocupaba por
mí… y entonces el pensamiento más tonto y más real de toda la vida pasó por mi
mente…. “Es que madre no hay más que una”.
Obediente
abrí la boca, mientras mamá me daba a cucharadas un tazón de caldo (mejunje que
me era particularmente asqueroso) pero que aquel día me supo a gloria.
genial..no tengo palabras! MADRE SOLO HAY UNA Y TENGO LA GRAN SUERTE DE QUE TU SEAS LA MIA.
ResponderEliminarY yo el tremendo orgullo de que una estrella pequeña, brillante y preciosa como tú sea mi hija y mi guía.
ResponderEliminarTe quiero petitoneta.
Simpre me lo paso genial leyendote. Un beso.
ResponderEliminarNo sabes cuánto me alegra saber que aún consigo hacerte reír. Un abrazo guapetona.
EliminarEres genial.
ResponderEliminarNo, lo que pasa es que soy muy rápida aprendiendo, y hace poco que empezaron las primeras lecciones, mi maestra es una tal... María.
EliminarUn besazo.
Siempre me rio con Violeta Davinia y en esta ocasión no iba a ser menos. Aquí ha dejado salir un poco sus sentimientos, me ha gustado!
ResponderEliminarOye, dile a esa maestra tuya que me enseñe a mi, que yo también quiero!
Sabes que te quiero verdad?
Bicos!
Difícil lo tengo!!! Aunque pensándolo bien, díselo tú que la conoces desde mucho antes que yo. Lo sé y tú sabes que te correspondo ¿no?
ResponderEliminarMadrecelta